Alicia Estévez
Santo Domingo
Un joven, de 24 años, que llegó de Azua a las siete de mañana; un luchador constitucionalista que atendió el llamado en 1965 para poner espejos en las azoteas; un chiripero agradecido al que una entrevista en el Gordo de la Semana lo lanzó a la fama y le hizo prosperar su negocio; una madre de Villa Consuelo que nunca recibió un favor del famoso humorista pero que, sin embargo madrugó con sus tres hijas y una señora que colaboraba con las causas sociales que llevó a cabo Freddy Beras Goico. Estos fueron los madrugadores que llegaron a las 6:30 y a las siete de la mañana para despedirse.
Todos están en fila en las afueras del Palacio de Bellas Artes a la espera desfilar ante el cuerpo de Freddy Beras Goico que llegó al lugar pasadas las diez de la mañana. En el entorno hay un cordón policial. Decenas de agentes de la AMET uniformados y miembros de la Seguridad de la Primera Dama y el presidente Leonel Fernández custodian las entradas a la plazoleta, al pie de las escalera, donde ya ha sido instada toda una estructura para el velatorio.
La afluencia de coronas de flores es constante. A las nueve de la mañana en punto llegó la de Héctor Acosta, “El Torito”.
En el entorno, frente a una entrada restringida, está Luisín Jiménez, vestido impecable de traje negro. Éste recuerda que cuando le dijo a Freddy que entraría a la política, el humorista lo amenazó. “Cuidado con mi nombre”, le dijo. Dice que Freddy le apoyó y que gracias a él ganó la diputación.
A las nueve y 20 de la mañana se dejó escuchar un piano con la melodía “Por Amor”, la composición del maestro Rafael Solano. Era apropiado. El amor a una figura de la que hablan con el afecto de un pariente movió a decenas de personas a madrugar.
Martín Elías Rojas, un pintor que vive en Cristo Rey, fue el primero en llegar. “Aquí no había nadie”, cuenta con orgullo señalando el entorno. Nunca conoció a Freddy pero lo admiraba. “Cómo no despedirme. Ojalá no se nos fuera. En este país no hay otro hombre como él. Pero se queda en nuestro corazones.”
José Reynaldo Enrique, alias “Don Gato”. También madrugó. Una camisa de lino denota su holgura económica. No siempre fue así. Cuando conoció a Freddy Beras tenía un cajón en la intersección de la San Martín con Máximo Gómez con un letrero que decía “Reparo gatos”. El humorista lo invitó a un programa de chiriperos en “El Gordo de la Semana” y eso cambió su vida. “El negocio prosperó, ahora tengo un local”. Recuerda que estuvo en el programa donde hicieron una comedia con varios chiriperos. Durante la actuación, le entregaron 500 pesos. Cuando se iba él fue a devolvérselos a Freddy pero éste le dijo que no, que se los llevara. Otra vez regresó y, al hablar por teléfono, le preguntó a don Freddy qué le llevaba: “Me dijo, “Aué tu me vas a traer, mi hijo. Bueno, tráeme dos mangos”. “Se los llevé y se comió uno ahí mismo delante de m”, recuerda con un brillo de admiración en los ojos.
Lauri Andrés Beltré, de 24 años, no conoció a Freddy, de hecho cuando el humorista ya era un veterano él no había nacido. Pero viajó desde Azua para despedirle y llegó a Bellas Artes entre los primeros. A las siete de la Mañana. ¿Por qué?”Para darle el último adiós a uno de los hombres más queridos de este país.”
Manuel Cuevas se identifica como luchador constitucionalista. La imagen que tiene de Freddy no es la del humorista vestido de diferentes personajes. Sino la del hombre que con varios cuerdas de tiros alrededor del cuello llamó a poner espejos en las azoteas para dificultad la visión de los aviones de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y que no pudieran bombardear al país.
Ana Morales llegó desde Villa Consuelo con sus tres hijas a las siete de la mañana. Ella encabeza la fila de las mujeres que desfilarán frente al ataúd para decir adió a Beras Goico. “Nunca recibí un favor de él, pero vine por todo lo que hizo bueno.” Su hija Jessica, de doce años, también la acompaña. Ella dice que admira mucho a Freddy. A su vez, Bélgica González cuenta que sí conoció al humorista. Ella organiza Cruceros en los que él participaba y estaba del otro lado de las obras de caridad que realizaba Freddy: “Me avisaba cuando se necesitaba comprar una medicina cara para algún paciente, yo ayudaba.”
Junto a los que esperan en fila, cruzan chiriperos vendiendo lentes, frutas, agua, el velatorio de Freddy es un reflejo de la sociedad que él recreó tantas veces y que con toda su singularidad, hoy le dice adiós.
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